Luis Miguel Romero-Rodríguez: ‘La desinformación es estructural en nuestro ecosistema mediático’
Luis M. Romero-Rodríguez es profesor e investigador en la Universidad Rey Juan Carlos (Madrid) y es especialista en Comunicación Estratégica, aunque sus líneas de investigación son amplias y van desde la Comunicación y la Educación, pasando por el Periodismo, la Comunicación Corporativa y las Relaciones Públicas. Ha sido galardonado con múltiples premios como el Roblón de Comunicación al investigador emergente de la comunicación 2020, o el Napolitan Victory Awards 2021, en su categoría “investigación académica del año”.
Conjuntamente con Santiago Tejedor, director del Gabinete de Comunicación y Educación de la UAB, ha realizado diversas investigaciones pioneras en el campo de la Inteligencia Artificial y el Periodismo, un tema que atrae tanto defensores como detractores.
¿Qué retos se deben abordar sobre la Inteligencia Artificial en el Periodismo?
La IA vino para quedarse. No es una discusión de si debe o no usarse en nuestra vida cotidiana y en el ejercicio de nuestras profesiones. Se utilizará como se usa Internet o los softwares del ordenador. Estamos en una primera fase de adaptación y todos los días surge una nueva herramienta mejor que la otra. Por eso, el debate sobre su uso es estéril. Partiendo de esa base, el uso de la IA en el Periodismo debe ceñirse a los ejes fundacionales de la profesión.
La IA viene a ayudar a simplificar la búsqueda de información, a apoyar en la redacción, e incluso la generación de imágenes o vídeos que sirvan para ilustrar las piezas informativas. Pero el periodismo que no es periodismo será exactamente igual con o sin IA. En este sentido, la búsqueda de la verdad, combatir el sensacionalismo y los bulos con verificación, y sobre todo entender la función social y la importancia de la profesión son básicos para ceñirse a su compromiso ético de informar y educar.
Sin embargo, muchos profesionales e investigadores se han posicionado en contra de la IA porque significará la pérdida de muchos puestos de trabajo ¿no lo considera así?
Todo avance tecnológico lleva consigo la pérdida de puestos de trabajo o la mutación de estos. Cuando surgieron y se popularizaron los medios digitales, muchos medios de comunicación optaron por reducir sus plantillas. Igual sucedió con los corresponsales y las agencias internacionales. Los medios impresos han tenido que reinventarse generando muchas líneas comerciales que van más allá de la venta del periódico. Pero también surgieron otras profesiones propias del ecosistema digital: community managers, streamers, podcasters, el freelance periodístico, los creadores de contenido digital, entre otros perfiles. No estoy diciendo que sea mejor o peor, pero es lo que sucede: se eliminan ciertos trabajos y se crean otros nuevos. Por eso es importante que los periodistas estén en constante formación, que sepan hacer reskilling y upskilling, y sobre todo que tengan elasticidad.
Esto, además de ser un reto para los profesionales, lo es también para las Universidades, que deberían siempre estar en la vanguardia para poder ofrecer este tipo de actualización profesional, pero estamos fallando en la velocidad de la adaptación de la oferta académica, en gran parte debido a que los profesores solemos perdernos mucho en la burocracia propia del sistema universitario, en vez de estar enfocados en lo que debemos y sabemos hacer: la parte académica.
¿Y no cree que la IA profundizará vicios como las fake news?
La desinformación es estructural en nuestro ecosistema mediático. Los medios de comunicación tienen «jefes» que pueden llamarse anunciantes, instituciones públicas y hasta partidos políticos. Por eso hay medios de derechas, de izquierdas, liberales, conservadores, católicos, laicos… Muchas veces las fake news van más allá de mensajes falsos que están lanzados por redes sociales por ciertos líderes de opinión y que se viralizan, sino que son propias de una maquinaria propagandística o de laboratorios, y que son replicados por los medios «amistosos» sin que haya un ápice de verificación de veracidad. De hecho, en este sistema de postverdad, la realidad es lo que menos importa, sino que el mensaje llegue, sea un «bombazo» y genere mucho tráfico.
Marcelo Longobardi, periodista argentino que saltó a la fama por haber supuestamente rechazado 450 mil dólares de unos ejecutivos de la CNN para comprar su silencio, decía que el mal de muchos periodistas era buscar que sus entrevistados confirmen sus tesis y no que respondan sus preguntas. Personalmente no creo que la IA empeorará esta situación, pues no hará mejor o peor a un periodista que ya se «salta a la torera» los fundamentos de su profesión a costa de crear una polémica sensacionalista o, en su defecto, servir de guardia pretoriana de los intereses económicos y políticos de su medio o de sus fuentes.
Pero esto es un poco apocalíptico ¿qué se está haciendo para mejorar esta situación?
Personalmente coincido con el profesor Pérez Tornero en que se está apostando por tres líneas de actuación: a) buscar sistemas de comunicación más plurales, diversos y democratizados, al margen de influencias políticas y que sean sostenibles económicamente; b) regular las redes sociales, la información en Internet y la IA y; c) transformar los sistemas políticos democráticos buscando mayor transparencia, mayor participación ciudadana y menos demagogia.
Pero a la vez que veo con buenos ojos las medidas propositivas, siempre me preocupo por la libertad de expresión, prensa, opinión e información. Hay que hilar muy fino porque nunca, cuando se ha tocado la libertad de prensa, el experimento ha salido bien. Pero tampoco es normal que un medio exponga falacias, mentiras y falsedades sin contrastar ni verificar correctamente sin que esto tenga consecuencias, o que, en el mejor de los casos, después de años de juicios, se condene al medio y/o al periodista a pagar una suma insignificante que ni resarce el daño infligido, y en muchas ocasiones no paga ni los honorarios de los abogados. Eso tampoco es normal.
Y entonces ¿cómo debe regularse?
Ya se están haciendo esfuerzos en Europa por normar el uso de la Inteligencia Artificial, así como se están poniendo límites a las empresas informativas y su uso de Internet y las redes sociales. Todavía queda mucho trabajo por hacer, pero, a mi juicio, se está avanzando en buena dirección.
En relación a la desinformación, los bulos, las falacias y las mentiras en los medios, ya existe en nuestro ordenamiento jurídico una ingente cantidad de normas sobre el derecho al honor, a la integridad, a la intimidad, sobre injurias, calumnias y delitos de odio, incitación a la xenofobia, apología a la violencia y al racismo, entre otras.
Otra cosa es lo que una u otra jurisprudencia interprete de la norma, que creo se aleja mucho del espíritu de la misma. A nivel jurisprudencial hay derechos constitucionales confrontados, por ejemplo, usualmente el derecho a la libertad de expresión suele tener mayor consideración que el derecho al honor, aun cuando tienen el mismo rango jurídico constitucional. Por supuesto, siempre será un juez quien deba entender que una falacia, una mentira, un «desdoblamiento de la verdad» con fines sensacionalistas es subsumible en un tipo penal correspondiente, pero no es fácil determinar si se ha traspasado el límite porque al final ¿quién pone ese límite?
Por ejemplo, hay jurisprudencia que expone que el simple hecho de que el periodista demuestre que buscó verificar o contrastar la información, aunque publique falsedades, es suficiente para justificar la publicación de fake news. Imaginemos a un cirujano que deja sin un brazo a una persona en una operación porque cortó sin querer una arteria, lo que sería una negligencia y mala praxis de manual. Pero el cirujano explica en un juzgado que él intentó hacer la operación lo mejor que pudo. Si se aplica esta interpretación jurisprudencial en este caso, la persona que quedó sin un brazo no recibirá ninguna reparación porque el profesional explicó en el juzgado que intentó hacer su trabajo de la mejor manera.
A mi juicio ya hay mucha normativa y regulaciones sobre el ejercicio del periodismo, pero la interpretación que se hace de la misma creo que no es la que se debería hacer. Por esta razón hay cierta «patente de corso» en la esfera mediática y política que conlleva no solo a un ecosistema plagado de desinformación, sino también de polarización, demonización y discursos de odio.
Entonces, como usted refiere ¿siempre la desinformación será estructural en nuestro ecosistema mediático?
Suelo ser optimista, pero en este caso concreto creo que estamos abocados a tener que convivir con la desinformación por mucho tiempo. Incluso la IA que están utilizando muchos verificadores de información (fact-checkers) y redes sociales no es capaz aún de precisar un contenido falso que esté publicado en medios de cierto prestigio, porque estas fuentes tienen un rango o autoridad de dominio muy alto en Internet.
Plataformas como Twitter (ahora X), que ya desde la pandemia utilizaron softwares de detección de fake news, han visto cómo en el marco de la guerra política y mediática, los grandes medios y partidos han aprendido cómo burlar este tipo de advertencias y, lo que es peor, hacer que juegue a su favor. La opinión pública hoy más que nunca es necesaria para la legitimidad, por lo que la difusión de información -sea cierta o no- es fundamental para el ejercicio del poder político y económico.
¿Alguna solución o propuesta de mejora de esta situación?
Considero que a nivel legislativo-normativo es necesario adaptarse continuamente a los cambios sociales y tecnológicos. En este sentido, son necesarias leyes más explicativas y ejemplarizantes sobre lo que es o no un bulo, una mentira, una falacia, un desdibujamiento de la verdad, con sanciones significativas para los medios y los periodistas que incurran en estas prácticas. Esto debe venir acompañado con una formación deontológica a los profesionales de la información mucho más profunda, para que puedan comprender que son la primera línea de batalla frente al ecosistema desinformativo.
Asimismo, debemos dejar de culpar únicamente a los medios, los periodistas, los políticos y los líderes de opinión sobre la desinformación. Como audiencia es necesario que aprendamos a consumir medios, aquello de «educar la mirada» es ahora un reclamo más vigente que nunca. La alfabetización mediática debe ser un contenido transversal en las escuelas e institutos, más aún para los comunicadores. Si tenemos audiencias competentes, el consumo de pseudo-informaciones, de sensacionalismo, de contenidos vacíos, será menor, por lo que producirlos no sería beneficioso económicamente. El problema está cuando la mayor parte de la población consume ese tipo de productos. Al igual que sucede con la nutrición, no puedes tener una población sana cuando solo consume «comida basura», lo mismo sucede con los contenidos a los que acceden.