El clamor general por un periodismo de calidad
Hace una década, hablar de periodismo de calidad sonaba a arrogancia displicente. En cierta manera, daba a entender que el periodismo se podía distinguir en dos categorías, el de calidad y el resto. Y quien hablaba, si era periodista, claramente no reconocía en “el resto”. Tal vez por eso la etiqueta no prosperó. O, tal vez, no lo hizo porque, en aquellos tiempos, sí existía claramente un fuerte corporativismo entre los periodistas al que no le convenía dibujar subdivisiones ni someterse mutuamente a pruebas de calidad. Corporativismo que, hoy en día y sea dicho de pasada, en una situación de vacas flacas y de precariedad laboral parece haber naufragado del todo.
Sin embargo, en cualquier caso, lo cierto es que hoy en día resulta cada vez más palpable que el eslogan “periodismo de calidad” ha prosperado como reivindicación creciente, y casi se está convirtiendo en un clamor general.
¿La razón para ello?
Pues, sobre todo, hay una razón fundamental: últimamente, la esfera pública y mediática se ha enrarecido y se ha desordenado tanto que se empieza a echar de menos un periodismo que, mal que bien, creaba referencias y establecía una cierta organización de la información que nos facilitaba la comprensión del mundo.De aquí que la cuestión del periodismo de calidad esté cobrando mucha fuerza y una nueva vida.
Ciertamente, la proliferación de noticias falsas, del lenguaje del odio en las redes sociales, y la revitalización mediática de procesos de radicalización que parecían relativamente dormidos -como los fundamentalismos religiosos, los nacionalismos, los populismos, y los más variados sectarismos, etc.- ha suscitado muchas alarmas. Y esto está contribuyendo a tomar conciencia de que la cuestión de la calidad del periodismo resulta clave para la sostenibilidad efectiva de nuestras democracias.
Para comprobar este fenómeno, solo hace falta ver la ingente cantidad de voces tan diversas -tanto gubernamentales como no- que reivindican actualmente el periodismo de calidad, y lo intentan facilitar.
Infinidad de informes
En tan solo unos años, la actividad orientada a reivindicar los valores del periodismo de calidad has sido frenética. Basten solo algunas referencias.
El Consejo de Europa ha creado un grupo de expertos sobre periodismo, y ha proclamado un elenco derecomendaciones para favorecer el periodismo de calidad.
En un sentido parecido, la Unión Europea ha establecido un grupo de expertos, a quien les encargó, en su día, redactar un informe sobre noticias falsas y la desinformación, realizó, además, una consulta pública sobre el tema, y , a partir de estos trabajos, presentó una iniciativa legislativa en el Parlamento europeo, en concreto, una Comunicación –o sea, una iniciativa no de ley- intitulada La lucha contra la desinformación: un enfoque europeo. Y, complementariamente, acordó un código de conducta contra la desinformación con el que se comprometieron los principales actores en la esfera mediática europea.
También la UNESCO ha sido muy activa en el tema. En el día de la libertad de prensa del presente año (2019) lanzó una iniciativa mundial destinada a defender el periodismo. También elaboró un manual para la formación de periodistas para luchar contra las noticias falsas y la desinformación.
Por otro lado, son innumerables las entidades civiles fundaciones y centros de investigación que se han sumado al clamor en favor del periodismo de calidad y de lucha contra la desinformación.
Así, una serie de organizaciones no gubernamentales europeas –Access Now, Civil Liberties Union for Europe, and European Digital Rights– publicaron un informe conjunto el 18 de Octubre de 2018 sobre el tema de la necesidad de un periodismo que luche contra las noticias falsas.
Por su lado, el Reuters Institute de la Universidad de Oxford sacó a la luz un informe dedicado a la credibilidad del periodismo y a la desinformación en un contexto por las redes sociales.
La Knight Foundation norteamericana dedicó dos estudios al tema. Uno de ellos dedicado a ladesinformación a través de Twitter en la última campaña presidencial norteamericana, y otro dedicado a crear indicadores de credibilidad en el periodismo en nuevos medios.
A todo ello, hay que destacar iniciativas que provienen del ámbito profesional y que reclaman mayor credibilidad y veracidad en el periodismo, como, por ejemplo, hace la iniciativa de Reporteros sin fronteras par combatir la desinformación; la reivindicación de un periodismo ético por parte de Ethical Journalism Network; la puesta en valor de los diferentes códigos éticos periodísticos de la comunidad internacional; la recomendación constante en favor del periodismo ético que realiza la Fundación del Nuevo Periodismo Iberoamericano a través de Red Ética;la iniciativa del International Center for Journalist, de promover unmanual de ética para periodistas. Etc.
Valga todo ello como simple muestra de las muchas iniciativas en defensa del periodismo de calidad que se han puesto en marcha en los últimos años. Nadie puede negar, pues, que el clamor es general.
Como tampoco nadie puede poner en discusión que este clamor sobre el periodismo de calidad supone aceptar que “calidad”, más que ser un atributo aplicable a diferentes tipos de periodismo, se ha convertido en el ser o no ser en el periodismo. Sin calidad, no hay nada que merezca llamarse periodismo.
Pero ¿por qué han cambiado tanto las cosas en solo una decena de años? ¿Y qué rumbo futuro no está señalando este cambio?
Motivos de una crisis
Pero más allá de que sea el enrarecimiento y el desorden de la esfera pública lo que hace surgir la demanda de más calidad en el periodismo, existen otras razones que explicarían la importancia atribuída a la tarea de los periodistas. Concretamente, dos; y las dos, por cierto, unidas intrínsecamente al cambio de ecosistema comunicacional que se produce en las primeras décadas del siglo XXI.
La primera razón es que se está produciendo un cambio de poder en la esfera pública.
Este cambio de poder se resume así: los periodistas, que durante al menos la segunda mitad del siglo XX han sido los grandes gestores y tutores de esa esfera pública, están perdiendo actualmente mucho peso en ella, y están dejando su lugar a nuevos gestores y tutores.
Dicho de otro modo, y en términos algo más conceptuales, los periodistas han dejado de ser los intermediarios privilegiados entre los ciudadanos y los asuntos públicos. Y, lo que viene a ser decisivo, su antiguo papel les está siendo arrebatado por otros actores que entran en una competencia feroz con ellos por ocupar un espacio autónomo en la esfera mediática. A saber: los gobiernos, los partidos políticos, las empresas multinacionales, etc. Incluso, los propios ciudadanos, que se han ido empoderando a medida que avanzaba la digitalización de la comunicación, demandan ahora su propia autonomía de gestión ante los que antaño detentaron casi exclusivamente el poder en la esfera mediática.
La segunda razón tiene que ver con la crisis que vive el periodismo actual. Al perder este su papel privilegiado en la esfera pública, los medios periodísticos y el periodismo clásico han entrado en crisis económica, ética y de valores.
Hay muchas evidencias, y muy claras, de que la institución del periodismo clásico ha entrado en un proceso de caída libre. En este sentido, los hechos son elocuentes y tozudos: el periodismo clásico se ha deteriorado mucho. En los últimos tiempos ha perdido fuentes de financiación, recursos humanos, talento y prestigio. Y todo ello le ha hecho muy vulnerable y le ha debilitado hasta extremos insospechados. Se podría decir, sin exagerar demasiado, que todo parece indicar que el periodismo no resulta ya sostenible ni económica y laboralmente [1].
Y es precisamente, insistimos, en este contexto de crisis y de deterioro en el que el término periodismo de calidad parece rebrotar como una consigna. Un eslogan que parece anunciar un cierto renacimiento, un tiempo nuevo en el que el periodismo tendría la oportunidad de refundarse, de reinventarse y, finalmente, así, de adoptar el nuevo rol que la sociedad le estaría demandando.
Sin embargo, por ilusionante que resulte esta oportunidad de renacimiento, es preciso poder disponer de un diagnóstico certero antes de estudiar vías de solución.
La singular pérdida de poder del periodismo en la esfera pública
Veamos, en primer lugar, la cuestión del cambio de poder. ¿Cómo están perdiendo los medios periodísticos en general, y los periodistas en particular?
Para responder a estas preguntas, tenemos que referirnos a lo que se ha denominado el proceso de desintermediación que se está produciendo, al menos aparentemente, en nuestras sociedades. Como se sabe, este proceso consiste en la desaparición progresiva de cualquier instancia de mediación entre los productos o mercancías y los consumidores. En el caso del periodismo, la desintermediación que, según algunos, se está produciendo, se daría entre, por un lado, los públicos (la ciudadanía) y, por otro, las fuentes de información (hechos). Así, en la medida en que el periodista desaparece progresivamente en esa relación la desintermediación avanza y el cambio de poder se realizaría del siguiente modo:
- El periodismo pierde poder en la determinación de la agenda pública. Porque, ante la globalización y la digitalización de la información, los medios periodísticos han perdido el peso que tenían a la hora de congregar grandes públicos. Y han perdido, también, el acceso privilegiado que tenían a ciertas fuertes informativas. De modo que actualmente, los periodistas ya no dispondrían ni de la suficiente capacidad para llamar la atención sobre algunos asuntos -información- ni para ocultar otros -desinformación-, ni gozarían de ningún privilegio de exclusividad en relación con las fuentes informativas.
- Los periodistas son sustituidos, en la esfera pública, por otros agentes que les relevan en su función de selectores y difusores de información. Ya no son, pues, ya los mediadores privilegiados que eran. La mayoría de los actores sociales que accedían a la esfera pública a través del periodismo y de los periodistas, ya lo hacen hoy día sin el concurso de los medios tradicionales, ni de los periodistas. Utilizan la web, las redes sociales o, incluso, poseen tal capacidad de relaciones públicas que los periodistas y los medios se doblegan fácilmente ante ellos. Ellos mismos se han convertido en informadores de pleno derecho.
- La abundancia de información está erosionando la tradicional función periodística y su capacidad editorial. La cantidad de información circulante en la esfera pública es tan grande hoy en día que los medios no tienen ya casi ningún poder de regulación o de control sobre ella. Y así el valor que el periodismo aportaba -el valor de una línea editorial, por ejemplo- se está perdiendo.
- El periodismo ha perdido prestigio y credibilidad. En el nuevo contexto mediático, buena parte del prestigio y el crédito que tenían periodismo y los medios se ha ido diluyendo, y con ello la confianza de sus públicos. Así, es cada vez más palpable la irrupción de un escepticismo generalizado, y de un relativismo que va haciendo mella en la ciudadanía poco a poco. aunque, a pesar de ello y en relación con otras instituciones, como las políticas, mantienen una mejor posición relativa.
Librarse de la tutela del periodismo
De entre todos los fenómenos citados, uno merece una atención especial: la irrupción, con mucha fuerza, de nuevos actores y líderes de opinión en la esfera pública –actores que, por supuesto, no tiene mucha necesidad del concurso de los medios tradicionales para acceder a sus públicos. Ciudadanos, gobiernos partidos políticos, empresas y organizaciones globales, entre otros, a partir del empoderamiento que para todos ha supuesto la digitalización de la información, compiten encarnizadamente con los periodistas por controlar los flujos de información en la esfera pública.
Veamos, en primer lugar, el rol de los ciudadanos. El controvertido eslogan de “periodismo ciudadano” ha venido a significar, para algunos, que el periodismo podía ser ejercido por cualquier ciudadano capaz de difundir información públicamente en la red -Internet-web; y mediante cualquier tipo de plataforma, blogs, redes sociales, etc.-. Y quienes defendían esta concepción, reivindicaban las ventajas de lo que llamaban la desintermediación en la información pública; o sea, en definitiva, la pérdida del poder de la “clase de los periodistas”, el ocaso de su función como tutores de la opinión.
Pero no han sido solo los ciudadanos los que parecen haberse liberado de la tutela periodística. También lo han hecho los políticos, las stars, las más diversas autoridades, la empresas, los gobiernos, los científicos, y los expertos… todos ellos, parecen haber encontrado un camino de acceso directo a sus públicos sin pasar, obviamente, por la intermediación del periodismo.
Había algo en común en estos nuevos movimientos de los ciudadanos y de las empresas e instituciones. Para todos ellos, la desintermediación significaba una cierta liberación de la “sumisión” que habían experimentado durante mucho tiempo ante el tradicional poder mediático que detentaban los periodistas. De manera que esa desintermediación se vivía, por parte de algunos con cierta euforia e, incluso, a través de una cierta connotación heroica.
Sin embargo, pronto se percibe que no todo es positivo. S bien, la desintermediación tenía algo de liberación, también podría resultar, a medio plazo, entrópica, y proporcionar mucha incertidumbre y desorientación. Podría provocar, incluso, un desorden informacional creciente muy difícil de digerir polítca y culturalmente.
El desorden informacional
Es indiscutible. La desintermediación, no solo ha redundado en una pérdida del periodismo, ha producido, de hecho, un desorden informacional que ha llevado incluso a temer un daño irreversible en la participación política democrática, y una vuelta a procedimientos no democráticos.
En este contexto, se echa de menos la labor del periodismo clásico a la hora de fijar una agenda pública, a la hora de, mejorar la comprensión de los acontecimientos, de crear referencias y de jerarquizar la información o de categorizarla, etc. En definitiva se siente la falta de lo que, tradicionalmente, se denominaba línea editorial.
Como también se echa de menos la tarea del periodismo comprometido con la verificación de los hechos y de las fuentes informativas, y, en definitiva, con la objetividad. La importancia que se viene concediendo en el debate público al nuevo concepto de post-verdad es buena evidencia de ello.
Finalmente, el que se haya conseguido mayor facilidad de acceso a la información y se haya conseguido un cierto empoderamiento ciudadano -en detrimento de la “tutela periodística”- no impide reconocer que están surgiendo nuevos poderes y nuevas mediatizaciones en la esfera pública contemporánea que pueden resultar a la larga más peligrosas que la prepotencia del periodismo tradicional cuando esta se ejercía.
Así pues, la pérdida del sentido editorial de la información, la falta de verificación de los hechos y la aparición de nuevos poderes de mediación empiezan a verse como una auténtica amenaza para el funcionamiento democrático de nuestra esfera política y de nuestra conversación social.
El nuevo poder de las redes sociales y los buscadores
Muestra e indicio de todos estos males es el hecho de que el espacio de poder que ha sido abandonado por el periodismo clásico empieza a ser ocupado y recuperado por otros actores tan poderosos o más que los medios clásicos: las grandes plataformas digitales, los buscadores, las redes sociales e, incluso, una dimensión oculta de la inteligencia artificial. Puesto que si algo sabemos con seguridad sobre el nuevo ecosistema comunicacional es que las redes sociales y los grandes buscadores -mediante agregación o no de noticias- son los filtros de acceso de la mayoría de los ciudadanos a la información pública.
De manera que tanto el periodismo clásico como la misma conversación social parecen haber entrado irreversiblemente en un estado de dependencia, cada vez mayor, de las redes sociales y de las nuevas plataformas digitales.
Los daños colaterales de este cambio de poder no se han hecho esperar. Así, hay pruebas empíricas de que se están generando, en todo el planeta, burbujas informativas y mediáticas cada vez más importantes, que al agrupar segmentos de población muy afines entre sí, favorecen el sectarismo. Y también de que todo esto está propiciando fenómenos virales de radicalización sectaria y de proselitismo propagandístico ante los que apenas existen alternativas.
Sin embargo, hay más consecuencias preocupantes. Una de ellas es que los buscadores y las redes sociales han llegado a erosionar muy profundamente no solo la libre circulación de información -condicionada, a veces, secretamente por algoritmos de inteligencia artificial-, sino también el sistema de financiación y de sostenibilidad de que disponían los medios periodísticos; básicamente, sustrayéndoles casi el 70% de la publicidad. Lo cual, coincidiendo con la crisis financiera de 2008 ha arruinado o ha amenazado de quiebra a buena parte del sector. Y esto atenta contra el pluralismo mediático y social.
Así, se han creado flujos dominantes de información pre-programados por sistemas de inteligencia artificial que poco tenían que ver con la conversación humana; lo cual ha podido llegar a modificar resultados electorales, e incluso, simular movimientos políticos que no existían más que virtualmente. El caso de Cambridge Analytica es una muestra, entre otras, de todo ello.
También, se han cerrado infinidad de medios de prensa en todo el mundo, se han licenciado periodistas, de casi todos los medios. Y muchas empresas -sometidas a cambios tecnológicos profundos que les reclamaban más inversión- no solo no han podido hacer frente a esta exigencia sino que han visto cómo se iban descapitalizando progresivamente en la medida en que se reducían sus ventas. Y esto ha llegado a precarizar los recursos humanos de las empresas periodísticas hasta extremos impensables.
De aquí que la situación general del sector periodístico sea débil e inestable. Con un futuro muy incierto.
La tarea de reinventar el periodismo
En este contexto, el significado más claro del clamor por un periodismo de calidad es que se empieza a tomar conciencia de dos hechos: 1) que el periodismo es imprescindible para el sostenimiento de la democracia y de una esfera pública saludable; y 2) que, en todo caso, para pervivir el periodismo actual tiene que refundarse y transformarse casi por completo.
Estamos pues ante la necesidad reinventar el periodismo. Pero ¿cómo hacerlo?
La respuesta no es sencilla, ni fácil, y tampoco puede ser individual, ni sectorial. Una respuesta auténticamente efectiva tiene que ser el fruto de un consenso muy amplio que debe producirse no solo en el seno de la comunidad periodística, sino en el de la comunidad política en sentido amplio. Tenemos, pues, que avanzar por esa vía.
Desde nuestro punto de vista, para ir avanzando, un principio de respuesta tendría que considerar, como mínimo, cuatro dimensiones fundamentales de cambio. A saber:
- La refundación de los valores éticos y de las prácticas deontológicas en que se sostiene el periodismo. Esto requiere revisitar los valores básicos del periodismo -libertad de expresión, independencia, objetividad, veracidad, etc. -, y adapatarlos a globalidad y a la pluralidad, cada vez más complejas, de la sociedad contemporánea. Y, al mismo tiempo, exige un doble compromiso: a) con un diálogo global permanente con el objetivo de contribuir activamente a la resolución de los grandes los grandes problemas de la humanidad: la realización de los derechos humanos y de la igualdad, la pacificación de las relaciones humanas y el fin de los conflictos bélicos; el cambio climático; el avance responsable de la ciencia de la ciencia, etc.
- La reconstrucción de prácticas y competencias profesionales del periodismo. La cuestión, en este terreno, consiste en responder a un triple reto: a) Un público cada vez más activo y participativo que necesita ser integrado en la producción discursiva de los medios. b) Un entorno de trabajo transformado digitalmente que obligará a compartir -si no, incluso, a delegar- muchas tareas con sistemas automáticos de inteligencia artificial. c) La necesidad de establecer nuevas relaciones de cooperación y colaboración global entre periodistas de todo el planeta.
- El diseño de nuevos modelos de negocio que hagan sostenibles las empresas periodísticas y las iniciativas de servicio público. Lo cual exigirá a) renovar las fuentes de sostenibilidad económica, combinando la obtención de recursos publicitarios con las suscripciones y los recursos provenientes de fondos públicos-; y b) asegurar un empleo de calidad en el sector, y asegurar, de este modo, la independencia editorial.
- La búsqueda de nuevas formas de incardinación del periodismo en la esfera pública democrática. Aquí se trata de renovar las fórmulas del periodismo clásico -la información objetiva, el control de los poderes políticos y económicos, el pluralismo, etc.- y de combinarlo con nuevos servicios al público, tales como el impulso de la vida local, el fortalecimiento de una cultura democrática y científica, la contribución a vida saludable, el fortalecimiento de la diversidad cultural y de las sociedades del aprendizaje, etc.
Así las cosas, no exageramos si decimos que con todo ello el periodismo del futuro será, en cierta manera, algo completamente renovado.
Y no es retórico, por tanto, sostener la idea de que la tarea más inmediata del periodismo en el futuro cercano es reinventarse a sí mismo.
Pues, bien, como una modesta forma de contribución a esta reinvención necesaria hemos organizado estas conversaciones sobre los nuevos valores del periodismo en tiempos de crisis. Esperamos la participación más amplia posible.